Capítulo 3

San mira la cicatriz torcida donde había estado el transportador. "Ya no están...".

"¡FUEGO A DISCRECIÓN!". Marin envía su respuesta clara hacia la línea de árboles. Los caídos cargan contra su iniciativa. "¡VAMOS!".

San vislumbra cómo Tyv vuelve a respirar. Se tambalea a varios pasos de distancia, encorvada entre los restos, y se apoya contra un trozo de fuselaje del transportador, fuera de peligro, mientras Espectro teje Luz con brío. La mano de su brazo bueno se apresura hacia la hoja enfundada. En la noche, el aire queda suspendido.

Los ojos del exo se clavan en la línea de árboles. Su voluntad: iridiscencia sólida. El aire a su alrededor se moldea en una densidad infinita. Un brillo violeta ondula a través de su peto y se inclina hacia afuera, contra el horror, consolidándose en un escudo luminoso. Los caídos arremeten contra la fatalidad de su Luz de vacío. El fuego de las ametralladoras le sigue, acabando con escorias y dividiendo el frente en dos. Recupera terreno a cada paso mientras destruye a sus oponentes. Se abre camino hasta la línea de los árboles y lanza el escudo para cercenar una de las extremidades del caminante.

Se encuentra en el borde, cara a cara con la muerte. El cañón de campaña del caminante se balancea para igualar su verticalidad. San-14 clava los talones. Es un protector incandescente. Una justa retribución. Un muro violeta que se levanta para refutar la noche, pero el amanecer no la sucede. Suena un segundo proyectil del cañón del caminante. Y colisiona, apocalíptico. La protección se hace añicos contra la explosión. Solo hay oscuridad.

Una mano de acero, flácida y extendida, se cierra poco a poco en un puño. Han sido machacados. San se mantiene consciente a duras penas. Solo ve fuego y ruinas. Los troncos se quiebran contra la estructura del caminante cuando emerge ante ellos, envuelto en humo. Las bocas de los caídos chillan en un vacío sordo mientras dominan el claro. San parpadea. El mundo vuelve hacia él.

"Skas veskirisk". Los caídos que quedan rompen filas para dejar paso a un imponente capitán. "¡Skas volasusk!". Cánticos y clamores se transmiten de vándalos a escorias tras su rugido.

Marin está boca arriba, respirando y sangrando. "Rápido... Tyv...".

"Kapsok aps vankemraptalirask; kapsok aps vamesaqeptosirulosk". La horda alza los brazos. "Meliksnisk. Monequin". Y liberan una tormenta de centellas.

Tyv atrapa la electricidad al vuelo, crepitando con un relámpago que rompe el suelo a sus pies. Es ella quien disipa la tormenta con una disciplina estudiada y esparce una lluvia de rayos de arco que rodea a la escuadra. La arena silba cuando los rayos penetran en el suelo y las nubes se elevan en el aire. Se adentra en el polvo abrumador y extiende la pureza de arco a través de los caídos, perplejos.

Marin aprovecha la distracción. Exprime toda su voluntad, toda la Luz que puede concentrar en un solo punto. El color se drena a su alrededor y la zona se oscurece. Se la arranca, una pálida iridiscencia que rasga la realidad en sí misma, incesante. La esfera de vacío golpea en su totalidad al caminante y convierte su metal en ruinas, condenándolo al olvido.

Ni un solo caído queda en pie.

Están solos entre los escombros.