Capítulo 5

Se arrastran boca abajo por el desierto marciano como gusanos. Los ponchos de camuflaje activo difuminan sus contornos. Las cosechadoras cabal itinerantes gruñen en el horizonte. Durante las últimas ocho horas, Jolyon ha estado eliminando infantería cabal con su fusil, huyendo de la erupción de disparos automáticos de contraataque. Uldren ha escuchado en redes bélicas descifradas cómo solicitaban y desplegaban armas más potentes. La máquina de guerra está ahora inflamada, hinchada de indignación.

Jolyon le toca el tobillo a Uldren. Las yemas de los dedos martillean un código. ¿A qué distancia?

"Cincuenta metros", susurra Uldren. "Si los vex saben que estamos aquí, no han…".

El aire retumba. Gemidos subsónicos de poder se revuelven en la arena. Algo poderoso despierta sobre ellos. "Da igual", murmura Uldren. Ahora los vex han reaccionado.

Se quita el poncho, alzándose con revólver y granada de desviación en los puños, retando a gritos. Sobresaliendo del desierto marciano ante ellos se alza el aro inclinado y robusto que indica la entrada del Jardín Negro, lo bastante enorme como para tragarse un esquife de los caídos. Vibra con energía infinita.

De esa apertura emerge la silueta gigantesca de un celador vex, metal y mente chocando entre sí, autoensamblable, listo para defender este lugar secreto. Los vex nacen aquí, en sentido bautismal: son consagrados al servicio de algún terrible propósito que las máquinas han encontrado dentro.

"¡Eh, grandullón!", grita Uldren. "¡Por aquí!".

Con una calma muy estudiada, Jolyon Till el Raquis empieza a disparar su fusil directamente al cielo. Los estallidos de los enormes cartuchos del Supremacía se oyen por las dunas.

El celador se eleva imponentemente sobre ellos. Uldren grita y lanza una ráfaga de disparos en la arena a los pies del gigante. "¿Me concede este baile?", grita. "¿Qué tal se te da el juego de pies?".

Dentro de la entidad vex hay potentes algoritmos que construyen un modelo de este lugar meramente temporal, que calculan la amenaza potencial, que sopesan la utilidad de la descarga de las armas contra el beneficio que esa fuerza puede procurar en otra parte. Este cálculo es el único motivo por el que Uldren sigue vivo.

El micrófono de hueso sintonizado a los canales tácticos cabal despierta en la garganta de Uldren. Han localizado el sonido del fusil de Jolyon y están respondiendo. Grita al gigante vex y empieza a moverse. "¡Va a llover en Marte! ¡Ya es la estación del monzón en la Bahía del Meridiano! ¿Has visto el pronóstico?".

Coge a Jol de la mano y tira. Juntos corren hacia el celador y su carga. La máquina vex debe de saber lo que se avecina, pero tiene que sopesar la certeza de los cabal contra la diminuta posibilidad de que estas motas microbióticas se cuelen por la puerta.

El celador levanta un arma para aniquilarlos.

Se deslizan hasta el umbral de la puerta y Uldren activa la granada de desviación con tanta fuerza que casi se rompe el pulgar. Una esfera perfecta de espacio-tiempo topológicamente defectuoso cobra existencia a su alrededor con un destello. Sostiene a Jolyon cerca de él y, juntos, calman su respiración. La barrera es impenetrable, pero no aguantará mucho. Hasta entonces, el aire respirable es limitado.

Fuera, toda la furia de un transporte de flota cabal cae sobre el celador.

Para cuando se debilita la barrera, el celador ya está muerto y Uldren y Jolyon ya no están en Marte.