Capítulo 2

"¡Valentina! ¡Y su hijo, Luis! ¡Distrito Peregrino! ¡Bloque de apartamentos 10, cuarto piso! Es el del…". Una explosión cercana la interrumpió, pero gritó más fuerte por radio. "¡Es el del toldo verde! ¡Por favor!".

Al otro lado de la línea, la voz de la miliciana parecía conmovida. "¡Enviaré una unidad! Pero señora, están combatiendo por todo el distrito…".

"Tozzi, ¿acaso no te he dado el código de seguridad de mi Torre?". Eva se asustó de su propia voz, un inesperado ataque de ira.

Se produjo una pausa al otro lado. "Sí, señora. ¡Iré yo misma! Cambio y corto".

Eva volvió a dejarse caer junto a la pared, levantó la cabeza y miró a su alrededor, parecía que en su momento había sido una pastelería. Ahora las pequeñas mesas de café bloqueaban las puertas a modo de barricada, y los estantes del expositor y los cristales estaban destrozados contra la pared más alejada.

El soldado exo al que le había cogido prestada la radio realizó algunos disparos más por encima de lo que quedaba de pared en la parte exterior de la tienda. Miró en dirección a ella, tenso. "¿Sabes disparar un arma?".

Su mirada desamparada le debió de valer como respuesta, pues estiró el brazo para coger la radio. Ella la deslizó por el suelo y rápidamente empezó a teclear varias secuencias de códigos. Otra explosión en las cercanías dio lugar a varios gimoteos y gemidos de terror entre los demás civiles del establecimiento.

El exo vociferó por radio: "¡Necesitamos a los guardianes en el distrito Ancla, en la esquina del bloque 1400! ¡Hay muchos civiles en esta posición, y nos superan en número!". Interrumpió la transmisión para asomarse y disparar media docena de proyectiles. Los cabal rugieron furiosos como animales.

No habían pasado ni dos minutos cuando Eva lo oyó: el sonido inconfundible de un colibrí avanzando a toda potencia. Se atrevió a ponerse de cuclillas para observar el exterior del edificio. Se asomó justo a tiempo para ver a dos de ellos; una cazadora y un hechicero descendían sobre los invasores como ángeles vengadores. Se notaba que eran profesionales, no se andaban con alardes. Eran eficaces y letales. Los soldados empezaron a replegarse.

Pero algo sucedió. Eva no pudo ver el qué, pero los dos guardianes se tambalearon. El hechicero puso una rodilla en tierra, como si le hubieran cortado las cuerdas. La cazadora sacudió la cabeza y levantó la mano, un gesto característico para invocar la Luz… pero no pasó nada.

Los cabal atacaron con todo, como si hubieran estado esperando el momento. Un centurión derribó a la cazadora y la aplastó bajo sus pies. El hechicero no parecía haberse recuperado y cayó al suelo, acribillado por los disparos de una docena de soldados.

El exo, que se había erguido por completo, estaba conmocionado, y a pesar de que Eva le alertó para que se agachara, fue abatido por un francotirador.

En una esquina, uno de los hombres no pudo contener las arcadas, horrorizado. Eva no se paró pensar. Cogió la radio del suelo y avanzó a empujones entre los civiles hasta una ventana alejada. Utilizó la carcasa reforzada de la radio para romper el cristal y, después de retirar una de las esquirlas más grandes del marco, empezó a sacar a los niños. Fue la última en abandonar el edificio. Mientras escapaba, algunas balas perdidas impactaron en la pared que tenía a su lado.

No dejaron de correr hasta estar seguros de que nadie los seguía. No tenía ni idea de en qué distrito se encontraban, ni siquiera sabía para qué se usaba antes el edificio. La mayoría de las organizadas calles y los cuidados bulevares que conocía se habían convertido en un laberinto de escombros. La Última Ciudad segura era un laberinto de estructuras en ruinas.

Los niños se acurrucaron todos juntos mientras los adultos hablaban en voz baja. Todos lloraban intermitentemente, pero, a pesar de la desesperación, intentaban no hacer ruido.

Eva se sobresaltó al oír un chirrido muy agudo procedente de la radio, y pegó la cabeza contra el muro que tenía detrás. No se acordaba de que aún la tenía. Se encogió para cogerla y utilizó el panel.

Alguien en voz baja preguntó: "¿Señora?".

Le chocó lo rasgada que era su propia voz al contestar con un susurro: "Aquí Eva Levante. ¿Tozzi?".

Una pausa. "Tozzi ha muerto. Pero quiso asegurarse de que alguien se ponía en contacto con usted". Otra pausa larga. Eva se contuvo para no gritar. "Lo siento, señora Levante. El bloque 10 ha quedado destruido. Creo que algunas de las defensas automatizadas se activaron al comienzo de la batalla y, al parecer, un buque insignia se estrelló…".

Eva no oyó el resto.