Capítulo 2

"Curioso", murmura para sí Osiris mientras pasa los dedos por los grabados secos y polvorientos del interior de la espira de Mercurio. "Saguira, graba esto. Quiero que compares estos dibujos con los de cualquier otro constructo que hayamos encontrado".

"Encantada. De todas formas, estaba buscando inspiración para hacer unas reformas".

"Hoy no estoy para bromas, Saguira".

"Por no variar".

Osiris no hace caso de su Espectro, absorto en la estructura circular de metal que hay incrustada en el techo. La mira fijamente, como si la atravesara, reflexionando sobre cuál será su función. Los creadores le resultan obvios. Un motivo de preocupación.

"Se acerca una lanzadera, Osiris".

"¿Cabal?".

"Ojalá. Son tus devotos".

Osiris se protege los ojos de la arena caléndula que levanta en remolinos la lanzadera a medida que se acerca, mientras su frustración crece.

"¡Largaos, insensatos!", grita antes de que las puertas se abran del todo.

"Maestro, hemos venido a ayudarte en tu labor", dice una mujer vestida con una capa con dibujos ornamentales.

"Mi labor no es de vuestra incumbencia. Ya podéis iros".

El rechazo de Osiris no consigue disuadirlos. Miran a la mujer en busca de consejo mientras Osiris se va. La mujer avanza, y el grupo va tras ella en marcha cerrada. Lo siguen hacia la espira como perros a los que acabara de regañar.

"Son persistentes", se burla Saguira.

"Me he dado cuenta". Osiris se gira para dirigirse a ellos y los pilla desprevenidos. "No sé qué esperáis lograr, pero mi trabajo no precisa fanáticos".

"Solo queremos ayudar. La manera en que te echaron de la Vanguardia… Hicieron mal en castigarte. Lamentarán su decisión", dice la mujer con la convicción de quien hace una promesa solemne.

"¿Eso es una amenaza?".

"Son los arquitectos de su propia destrucción".

"No habéis entendido lo que sucedió de verdad. No me exiliaron. Yo elegí irme. No le guardo rencor a la Vanguardia. Volved a vuestra vida", ordena Osiris con toda la calma y firmeza que es capaz de reunir.

"Me temo que eso es imposible, ahora que hemos leído tus enseñanzas".

"Mis investigaciones no son un evangelio. Son ciencia".

"Son la verdad".

Osiris lo pondera.

"La verdad parece ser subjetiva en estos tiempos", dice, observando al fin a su séquito por primera vez. Entre ellos, un pequeño grupo de hombres y mujeres, destacan dos guardianes descarriados —hechiceros, según parece— y un niño. Sus rostros melancólicos se parecen al suyo. Náufragos y creyentes. Las semanas pasadas desde que se fue de la Última Ciudad le han pasado factura. Estaba acostumbrado a trabajar solo, sabiendo que podría recurrir a los fondos de la Ciudad de ser necesario. Ahora, perdido en el mar del propósito, descubre que anhela un lugar al que poder volver. Un santuario.

"No tengo intención de quedarme aquí. Hay muchos constructos como este. Todos requieren mi atención".

"Te seguiremos".

"No, no lo haréis. Necesito moverme con rapidez, sin carga ni equipaje". Osiris hace una pausa, no es ajeno a la ironía de tener que echar a esta gente. "Pero puedo ofreceros esto: que os quedéis aquí, que vigiléis este sitio. Quiero saber cuanto lleguéis a descubrir de él. Si sucediera algo, volvería".

"Estamos a tu servicio", dice la mujer, aliviada, y se inclina ante Osiris. Este rechina los dientes.

"Descargad la nave", ordena la mujer haciéndole señas al grupo. "Sí, hermana Faora", responde uno de los hombres más altos.

"Si te encuentras perdido en la noche, seremos tu faro".

Osiris asiente. Reprimiendo una punzada de incomodidad, levanta la mirada hacia la espira.