Capítulo 1

¿Ha llegado la hora? Escribo esto con total libertad; no lo he ensayado y no me mueven motivaciones ocultas.

Tengo tal grado de confianza en ti que me resulta difícil explicarlo. He pasado la mayor parte de mi vida yendo de un lado para otro. No huyendo de algo, sino persiguiendo un final siempre cambiante. La verdad (ahora ya la conozco) es que los finales no existen. Nada tiene fin. Un instante. Un sentimiento. Una persona. Una guerra. No son cosas finitas, son distintas etapas del ser, fases de la existencia.

Un instante da lugar a otro, pero están conectados y unidos para siempre. Uno no puede existir sin el otro.

Los sentimientos (amor, odio, ira, pesar) se funden unos con otros, carentes de propósito e impulsados por los instantes que les dan forma.

Para una persona, cualquier persona, nuestras vidas y hazañas nos sobreviven. Nuestros instantes nos completan. Nuestras acciones forjan nuestro ser en los infinitos espacios de la existencia. Incluso después de la muerte, seguimos aquí. Todo lo que hacemos se puede olvidar, pero no borrar. Cada vida que tocamos altera el curso de la realidad de otro ser, y esa realidad a su vez transforma el mundo a su alrededor, pues somos ondas que se extienden más allá de lo que somos.

¿Y la guerra? Solo hay una. Ha adoptado múltiples formas, pero jamás cesa de rugir, de arder bajo la superficie de todas las civilizaciones, grandiosas o insignificantes, oculta en nuestros temerosos corazones rotos.

Comparto todo esto contigo para reforzar nuestro vínculo e iniciar una nueva conversación sobre los finales y los principios.

La confianza que nos profesamos mutuamente se asienta sobre un terreno movedizo. Nuestro vínculo surge de tu conocimiento de una leyenda que me describe de un modo que escapa a tu comprensión, y mis observaciones de tus innumerables y osadas hazañas te reflejan de una manera que ni tus aliados ni tus enemigos pueden ignorar.

Es la hora de probar que nuestra confianza no es en vano. Es la hora de poner a prueba tu determinación y comprobar si realmente posees la fuerza para establecer un equilibrio entre el bien y el mal.

¿Empezamos?

S.