Capítulo 5

ABAJO…

En el círculo del foso, en el fondo del pozo de la perdición, un grupo de brutalistas compite por un asiento en un trono eterno.

Mil guerreros de polvo y destrucción claman por el ritual que da inicio a otra carnicería.

ARRIBA...

Los futuros titiriteros observan atentamente desde sus torres escarlata que cuelgan de los escarpados muros del terreno sagrado y demacrado de la Necrópolis. Ellos, con su astucia y sus grandiosos planes, carecen de la fuerza bruta necesaria para apoderarse de la lógica de la espada por la fuerza. Ellos, que se tienen por arquitectos de imperios en la sombra. Ellos, que construyen su legado comerciando con secretos, rumores y sembrando la mentira. Las palabras son sus armas, tan afiladas como cualquier hoja.

Entre sus retorcidas lenguas, la realeza mancillada avanza hasta el frente.

Las hermanas sin piedad. Las hermanas de la perdición. Las Hijas de Crota; las Hijas del Quebrantamundos. Descendientes de la destrucción, herederas directas del trono abandonado, pero apartadas de la llamada del Foso. Las mismas manipuladoras privilegiadas cuya existencia Malkanth y sus hermanos buscan desafiar, destruir.

Las Hijas han venido a juzgar a los que osan luchar por el trono.

Buscan un guerrero apto para arrasar los horizontes celestiales que mancillan el infinito de ébano. Alguno tiene que haber entre los innumerables descendientes del padre de su padre.

Besurith susurra sus dudas, secundadas por Voshyr.

Kinox permanece en silencio, contemplando su posición y las profundidades desde las que deben ascender si el Enjambre quiere llegar a recuperar su destino.

Hashladûn, la mayor de todas, la Anegada, afina la mirada. Sus hermanas callan.

La matanza está a punto de empezar.