Capítulo 18

Sigo buscando. Estoy cerca, puedo sentirlo.

¿Cómo será mi alzada? ¿Será honesta? ¿Será una bestia?

Supongo que me daré cuenta, ¿no? No lo sé. No sé si tiene alguna importancia. He estado buscándola desde el día en que nací. Me quedaré con quien sea.

He llegado a lo más alto de la duna. El Gobi se muestra infinito ante la luz del atardecer. Entonces lo veo, un edificio calcinado, la única construcción fabricada por el ser humano a kilómetros a la redonda. No sé si salir corriendo o mantener un ritmo sosegado. Da igual. Los muertos no ven.

Qué nervios. ¿Por qué tantos nervios?

Conforme me aproximo voy practicando lo que quiero decir. Las primeras impresiones son importantes. "Eres hija de la Luz del Viajero", me digo. "Te han escogido para defender este sistema solar…" No, no. Mmm. "Eres… Ambas somos hijas del Viajero." "Tú y yo, las dos, somos hijas…".

Olvido mis palabras mientras entro en el edificio. Encuentro equipamiento meteorológico. Encuentro una oficina vacía. Encuentro una sala de descanso lóbrega. En la parte trasera de la sala, veo a mi otra mitad: un vándalo caído aplastado bajo un frigorífico.

Estoy asolada. Había visto a los caídos. Son carniceros. Unos asesinos naufragados. Me quedaría con casi cualquiera, pero no con este. No con esta cosa.

Me doy la vuelta. Doy diecisiete vueltas alrededor de la habitación y otras cuatro alrededor del edificio. Debería ser concluyente, ¿no? Debería enorgullecerme por haber completado mi primer objetivo. Pero no es así. Da igual. No puedo ignorar la llamada.

Regreso a la sala de descanso. No sé qué iba a decir, pero —caído o no— el Viajero quería que lo hiciera. Accedo a la Luz, luego me acerco a esa cosa para establecer nuestro vínculo.

La nevera tiembla conforme la Luz lo baña. Escucho un gemido. "Empuja la nevera", susurro. Si mi alzado muere bajo este frigorífico y yo me marcho hacia el Sol, nadie lo sabrá. Puede que incluso le haya hecho un favor a la Tierra. "Estoy aquí, contigo, pero tienes que poner de tu parte. Empújalo y reincorpórate".

El electrodoméstico se mueve y se cae a un costado. Un insomne se alza y aparta al vándalo muerto de su pecho como si de una sábana molesta en una noche de verano se tratara. Con esfuerzo, se libera y se levanta.



"¿Quién eres?", pregunta. Mira a su alrededor y, luego, a sus manos azules. "¿Y qué soy yo?".

"Tu Espectro", respondo dando muestras de mi evidente alivio. "Eres uno de los elegidos del Viajero para defender la humanidad. ¿Cómo te llamas?".

Flexiona los dedos, ajusta la mandíbula y resopla dudoso. Entonces me mira. "Savin. Sí, creo que me llamo así." Asiente satisfecho. "Vamos, Tuespectro".