Capítulo 10

Uldren, el hermano de la reina, volvió al Arrecife con una nueva criatura. La había matado dos veces en una emboscada, dijo, para asegurarse de que no podía morir. Esta había sido en su día un hombre insomne y, reconociéndolo, Mara volvió la mirada de sus planos de la Ciudad Onírica y lo observó con frialdad.

"Es un guardián", dijo. "En el pasado se llamaba Chao Mu". Había salido del Arrecife solo, a sabiendas de que nunca podría volver ni vería de nuevo a su familia, para reparar un controlador climático en lo que antaño había sido el granero del Gobi de la Tierra. Dijo que no podía soportar ver a ese mundo marchitarse.

"Inclínate ante la reina", dijo Uldren, dándole un empujón.

El insomne lo miró, y luego volvió la mirada a Mara. "Majestad", dijo, inclinándose. "Me llamo Savin".

"¿No te acuerdas de tus mujeres?".

No se acordaba.

"¿No te acuerdas de tu hijo, que tiene ya ciento diez años?".

No se acordaba.

"¿No te acuerdas de tu pasión, que era el aislamiento de detectores de alta sensibilidad frente a todas excepto las más específicas y sutiles radiaciones?".

No se acordaba, salvo porque dijo que podía tocar los campos magnéticos y le encantaba pellizcar el minúsculo tejido de los circuitos de su túnica. Sentía un entusiasmo por la física de partículas semejante al del visitante de un zoológico.

"¿A qué debes tu lealtad?".

"Majestad", dijo Savin-que-fue-Chao-Mu, "mi Espectro me dijo que soy un guardián del Viajero, renacido en su Luz. No tenía yo ni un día cuando tu hermano me detuvo".

E hizo que apareciera de su cuerpo una máquina como una esfera acunada en un cubo roto, que se meneaba impertinentemente y parpadeaba a la reina. "Haréis un enemigo de la Ciudad y de todos los guardianes que hay en ella si nos retenéis contra nuestra voluntad", les advirtió la máquina. "Pero estaremos encantados de ser vuestros aliados, si así lo deseáis. La Ciudad no tiene ni idea de vuestra existencia, excepto por los vagos mitos de los insomnes en la Tierra".

"¿Habla por ti?", retó la reina a Savin-que-fue-Chao-Mu.

"Yo hablo por mí", contestó Savin-que-fue-Chao-Mu. "¡Observad!". E hizo brotar del vacío cuántico una estridente singularidad, que sujetó entre las manos y luego amplió telescópicamente hasta que se quedó en nada.

"¿Eres intrínsecamente bueno?", preguntó la reina.

"Eso espero", respondió él. La reina sabía que esto era o una mentira o un malentendido. Sabía de la existencia de los alzados y de los crueles feudos que habían permitido en ocasiones. Sin embargo, quizá los Espectros que habían creado a los alzados fueron destruidos o bendecidos por la Luz.

Ahora la reina pidió a las técnidas que evaluaran las diferencias entre el Chao Mu que recordaban y este Savin regresado como guardián del Viajero, valiéndose de sus pruebas físicas y psicológicas más precisas. Pero por encima de todo, la reina sentía curiosidad por la reacción de su ahamkara, que había empezado a salivar y a adoptar una forma más adecuada a las expectativas del guardián: monstruosa y con grandes colmillos.

Pero su hermano le susurró urgentemente: "Debemos saber cómo matarlo, Mara. Cada día hay más".

Savin el guardián mostró una tremenda afición por hacer cosas; tenía un carácter patológicamente orientado a completar tareas, lo cual lo volvía muy útil para el Arrecife. Pero siempre estaba ahí la sensación de que su Espectro estaba vigilando, observando, informando. Y Savin era sobre todo codicioso; no en el sentido avaricioso de una persona mezquina, sino de una manera acaparadora, absorbente, pues deseaba materiales y experiencias que lo transformaran en un mejor guardián. Siempre estaba experimentando con sus extraños poderes de maneras insensatas que lo dejaban muerto temporalmente, en busca de "una nueva superhabilidad" o "una nueva forma de hacer que mis granadas sean más rápidas". Se cansó de hacer tareas triviales por el Arrecife, quejándose de que las peligrosas reparaciones que realizaba eran interminables y aburridas, y que quería conocer nuevos mundos. Saltó al espacio, repetidas veces y sin motivo, como si su muerte no fuese más traumática que saltar por un bordillo. Obsesionado con la recompensa y la eficiencia, prefería hacer mil veces una misma cosa rentable que desperdiciar sus esfuerzos en una novedad menos beneficiosa.

Al final de su relación con Savin, Mara había decidido que no le gustaba ese Viajero ni lo que le hacía a la gente. Aun así, había decidido también que sentía una extraña afinidad y simpatía por él, por este dios acorralado, desesperado, que provocaba infinitos sacrificios de su pueblo.

Quizá la Tierra sería un lugar mejor si el Viajero desapareciera o si fuera destruido, pensó. Hasta en el Arrecife, se sentía como si viviera al lado de una antorcha elevada en un oscuro desierto, llamando por toda la galaxia a cosas hambrientas con demasiados ojos.