Capítulo 8

Mara se sienta con las piernas cruzadas a la sombra del ala de Riven. Se moja la yema del pulgar con la punta de la lengua, y luego usa la humedad para sostener un ramillete de asfódelos recién cortados. Ata los tallos con un trozo de hilo de seda dorada y luego empieza la mecánica tarea de entrelazar todos los pertrechos esperados: un colmillo serrado, un cartucho de escopeta, un cristal de amatista turbio…

Riven se gira para mirar. Este día, su cabeza es del tamaño de una barracuda caída. Muestra un azul intenso con una cresta amarilla y roja, y sus pupilas son medialunas en sus ojos sin párpados. Al rato, dice: "Madadh está muerto pero no le haces ningún ramo".

Mara alza la mirada, sorprendida por lo inesperado del momento. Escudriña a Riven, y se traga las primeras palabras que le vienen a la boca, que son que los huesos de Madadh están susurrando en este mismo momento en Venus. En lugar de eso, le pregunta: "¿Estás triste por él?".

Esa pupila de medialuna se contrae hasta hacerse tan fina como el filo de una hoz. "No".

Tras hallar la verdadera respuesta, Mara vuelve a su trabajo. Pasa un tiempo en silencio hasta que dice: "Los ahamkaras no tienen tradiciones".

"No".

"No hay sentimentalismo".

"No".

Mara corta un trozo de hilo con los dientes. "¿Por qué dejaste que mi hermano te alejara?".

"Conoces esta verdad, sabia reina. Está repleto de suculencia".

"Mm. ¿Y por qué te quedas aquí cuando hay caza abundante más allá de mi Arrecife?".

"De verdad te digo", y aquí Mara oculta una pequeña sonrisa, "los insomnes han confiado lo-que-será a ti, su reina, y por eso están todos secos como piedras para mí. Lo cual es agradable, porque lo mojado es un dulce alimento, pero la piedra seca es un lugar muy acogedor para tomar el sol. Tú, tú eres tan caliente y llana como las mesetas de Mercurio, y tu calor incita mi sangre a moverse".

Mara asiente con la cabeza y no dice nada más, aunque piensa un rato en la maldición tripartita utilizada por los ahamkaras para marcar a sus presas, el grillete entre el llamado y la llamarada. Cuando termina su ramo conmemorativo, estira las piernas y se levanta para estirarse. Riven hace lo mismo, y mientras se relaja, extiende, arrastra y agita sus alas hasta que quedan todas derechas.

La tierra que las rodea es una roca informe que se convertirá en una alborada para los que queden atrás; Mara honrará a sus enemigos y amigos por igual en la piedra, construirá grandes catedrales chapadas en amatista y ágata.

Riven posa su hocico redondeado en la mano de Mara y espera.

"Vamos a buscar a Kelda", dice Mara.