Capítulo 7

Caiatl se sentó en un trono alto adornado con relieves y metales raros. Unos cortesanos habían conseguido ponerlo a salvo durante las últimas horas de su mundo natal. La emperatriz creía que quedaba fatal en el puente de mando de su buque de guerra.

Si no fuera por Taurun, habría lanzado esa horrenda antigualla por la escotilla. Su prudente consejera le había dicho que el trono no solo le confería autoridad, sino que también era una reliquia de una especie en peligro de extinción. Cualquier recuerdo de su cultura, por trivial que fuera, tenía un valor incalculable.

Tras haber perdido a la Legión Roja, a su Dominus y su mundo natal, el pueblo de Caiatl necesitaba aferrarse a la tradición. Necesitaban que los referentes de su pasado los guiaran hacia el aterrador futuro. Necesitaban sentir que seguían siendo cabal.

Caiatl miró el trono y pensó en la decisión que tenía que tomar. El líder de la Vanguardia se había ofrecido a resolver su disputa con un ritual de demostración. Eso evitaría una agotadora guerra y supondría un único enfrentamiento decisivo. Una táctica extremadamente inteligente que ella no había considerado.

En un primer momento, el ritual de demostración era un simple duelo con el que se resolvían disputas entre vecinos. Sin embargo, al igual que ocurría con el trono, sus adornos habían acabado por superar su utilidad. Al final del reinado de Calus, el ritual ya se había corrompido para que los defensores, burócratas y políticos pudieran influir en su resultado.

A pesar del desprecio de Caiatl por las antiguallas del fallido imperio cabal, Taurun había convencido a la emperatriz para que las honrara. No por ella misma, argumentó la consejera, sino por los supervivientes.

"Taurun. He tomado una decisión. Ignovun será nuestro campeón… en el Malthus Electus. Veremos cuánta Luz les queda a esos enanos cuando lleguen a su interior".

"Sí, emperatriz". Aunque el rostro de la astuta consejera seguía siendo implacable, continuó. "Es mi deber decir que no todos recibirán bien esta decisión".

"Pensaba que querías fomentar las tradiciones". Molesta, Caiatl toqueteó el aro que colgaba de uno sus colmillos. "Es una decisión que la mayoría acatará".

"Así es, emperatriz". Taurun se detuvo, midiendo sus palabras cuidadosamente. "Sin embargo, algunos comandantes, como Ixel, la Trascendental, creen que estamos cerca de la victoria. Dejar el resultado en manos de un ritual de demostración pondrá en peligro su gloria".

Caiatl resopló con sorna. "Nos sacrificarían a todos por su propia arrogancia. Sabes tan bien como yo que no podemos permitirnos esta guerra. Debemos reagruparnos para poder enfrentarnos a enemigos aún más fuertes".

Taurun se atrevió a arquear una ceja. "Con todo mi respeto, podría dar la impresión de que le das más importancia a acabar con todo esto que a la victoria".

Caiatl alzó los colmillos y bajó la ceja. Taurun, nerviosa, dio un paso atrás.

"Hay algo más importante que la victoria en juego". La emperatriz pasó sus manos por el ridículo trono. "Honraremos la tradición. Aceptaremos el ritual de demostración. Y ganaremos o perderemos como cabal".