Capítulo 5

Ikora se acercó al puesto de Zavala, en el patio. Estaba mirando hacia la Ciudad como siempre lo hacía, incluso antes de ser comandante, con una mezcla de feroz determinación, amor y temor. Una combinación que ella conocía de primera mano.

Ikora se puso a su lado con las manos en la barandilla, mirando hacia el Viajero y las estrellas.

"Dicen que, antes del Colapso, las ciudades eran tan luminosas que eclipsaban las estrellas", dijo en voz baja.

No le sorprendió que Zavala no respondiera. Vivir durante siglos no otorga una mayor comprensión de los demás, pero una cooperación estrecha y constante sí. Ella ya lo conocía. Zavala ocultaba sus miedos para proteger a los que le importaban. Pero, con el tiempo, con paciencia, se abría. A veces. Así que ella permanecía a la espera.

"Sigo viendo su rostro", murmuró Zavala tras un largo silencio.

Ikora lo miró, su expresión se ensombreció. Al hablar, su voz sonaba rota de dolor. "¿Cayde?".

"No", respondió Zavala. Agarró la barandilla con ambas manos en señal de frustración e inseguridad. "Uldren Sov".

Ikora se enderezó, sorprendida. No se lo esperaba, se dio cuenta de que se le había escapado algo; esa sensación punzante la dejó inmóvil.

"¿A qué te refieres?", preguntó con cautela.

"En la Torre", contestó Zavala. "Entre la multitud…", dudó. "Lo vi… en los jardines. Me estaba llamando. Para advertirme sobre el asesino".

De nuevo, se hizo el silencio.

Zavala exhaló lentamente. "¿Alguna vez has escuchado las viejas historias de la Edad de Oro que Eva cuenta durante la Fiesta de las Almas Perdidas? ¿Sobre los muertos que se aparecen?".

"Espectros", dijo Ikora. "Así los llamaban. Pero no son más que cuentos". ¿Quién necesita historias así cuando los muertos ya pueden levantarse y echar a andar?

Miró a Zavala de reojo, esperando a que lo dijera. Esperando a que preguntara.

"No sé por qué me da por pensar en las historias populares. Quizá porque la alternativa es…".

"Demasiado difícil de imaginar", interrumpió Ikora en voz baja.

Zavala cerró los ojos y asintió.

Durante unos minutos, ninguno de los dos dijo nada. Finalmente, Zavala rompió el silencio. "Si hubiera vuelto, lo sabríamos", dijo.

Ikora miró hacia delante. Sentía el peso de su mirada inquisidora. Zavala estaba completamente agotado.

En tal estado, se creería cualquier cosa que ella dijera.

Ella le puso una mano en el hombro. "Lo sabríamos", dijo suavemente. Mientras tanto, la culpa le daba punzadas en el estómago.

Zavala puso su mano sobre la de Ikora.

Así permanecieron, juntos y en silencio, mirando a la Última Ciudad segura de la Tierra. Sin embargo, entre ellos se había instalado un enorme vacío que Ikora nunca había sentido antes.