Capítulo 5

Los pulsos se estabilizan. Las voces llegan con bastante frecuencia, ahora que Praedyth conoce a los dueños: Sundaresh, Esi, Shim y Duane-McNiadh. No hay infinitas variaciones de ellos en diferentes líneas temporales, pero todas las simulaciones parten de la misma base, de mucho antes, en lo que debería haber sido la Edad de Oro. Algunas se diferencian muchísimo de sus prototipos.

Otras no.

–Tenemos que basar las modificaciones en el sistema ansible –dice un Duane-McNiadh. El de 227.13 o 227.204. Las voces llevan lo que parecen horas discutiendo en sus oídos.

–¡El ansible es un experimento irreal! ¡Se demostró que era imposible! –rebate otro. Según lo que había oído Praedyth, el peor enemigo de algunas personas son ellas mismas. Algo muy probable en el caso de Duane-McNiadh.

–Una máquina imposible podría ser nuestra única solución para salir de una prisión imposible…

–¿Y cómo pretendes que la construyamos?

Al fin una pregunta decente. Praedyth interrumpe:
–Hipotéticamente, ¿qué materiales se necesitarían? Tenemos que conformarnos con lo que llevo encima.

Está en contacto con seis grupos de ellos, todos con base en los sistemas de red vex cerca de Venus. Deben rondar las cercanías de la entrada a la Cámara, signifique lo que signifique eso. Hay más mucho más lejos, tanto en el sistema solar como en las redes de información vex: hasta doscientos veintiuno más, al parecer. Tiene que haber un modo de contactar con ellos también, de usar lo que sea que les permite contactar con él e ir más allá, hasta que puedan averiguar qué está ocurriendo y por qué ahora. Qué están haciendo los vex.

–¿Qué llevas encima? –Esa es Maya, Dr. Sundaresh. Brusca. Los demás la escuchan cuando habla.

Tiene tres armas, dos de ellas desmontadas por partes hasta las estructuras. Dos cajas de munición física y una de células de energía Omolon que ha estado utilizando para mantener encendida la radio. Hace tiempo que se quitó la armadura. Fabricó una unidad de comunicación con el casco y extrajo unas finas bobinas de alambre de las almohadillas conductoras de los guanteletes y el chapado de acero de las botas. En los bolsillos tiene pelusas y el envoltorio de un caramelo que Pahanin le tiró a la cabeza media hora antes de que entraran en la Cámara. Está desgastado y doblado en forma de grulla. No lleva Espectro. No se ha acostumbrado aún a su pérdida, después de tanto tiempo en la Cámara. Todavía despierta algunos días esperando sentir su peso liviano sobre el hombro.

–¿Algo con lo que marcar sistemas de circuitos?

–Dame diez minutos –Tiene un puntero láser y el cristal de enfoque de su fusil Omolon.

Mientras trabaja, todas las Chiomas continúan con su propia discusión.

–Si Praedyth existe físicamente, aunque el espacio en el que esté no sea estrictamente real, cuenta con vías que nosotros no tenemos. Y viceversa. Quizá podamos conseguir algo juntos.

–Si es que te crees su historia sobre el Viajero –dice una de ellas, con dudas. La Chioma de 227.18 es más escéptica que las otras.

–He creído en cosas peores –dice otra con alegría. Hace una pausa y añade–. ¿Recuerdas lo primero que vimos que hacían los vex?

–¿Saltarle a Maya a la yugular?

–No. Lanzarse a por aquel androide. Como un relámpago.

Seis Chiomas tamborilean los dedos pensativas contra sus radios creando una polifonía involuntaria.

–¿Creéis que ahora mismo estamos lo suficientemente cerca como para que los vex usen sus artimañas?

–¿Por qué no seguir andado por la cuerda floja entre amigos? –responde la Chioma de 227.18 con ironía.

Praedyth alza el rostro de lo que antes era el puntero láser.

–¿Qué probabilidades hay de que esto funcione? –pregunta Shim, generalmente el más callado de todos.

–Ah, casi ninguna. Pero es mucho mejor que buscar una tecnología refutada hace siglos.

Praedyth no tiene suficiente material para ambas pruebas. Es una o la otra, una decisión que no tiene vuelta atrás.

Deciden votar. Praedyth marca los votos con tornillos sobre dos baldosas contiguas.

La Chioma de 227.18 da el primer sí.

Es unánime.

Se deciden a dar el salto.