Capítulo 8

Seres que no merecen consideración:

Los que no dejan de repetir el mantra de que la vida acelera la entropía. Son nihilistas fatuos que fingen preferir la no existencia a una existencia imperfecta. Me aburren.

Los que buscar retrasar el desafío al que todas las cosas que aspiran a la existencia deben enfrentarse.

Los que describen una equivalencia moral falsa. Yo no podría comunicarme contigo si no fuera capaz de emular tu mente, y con esa mente adquiero la moralidad que te gobierna. Según tus leyes, todos mis seguidores y yo somos malos. El mal. Desde esa primera molécula enroscada en el mar primordial, ningún terrícola ha conocido un monstruo como yo.

¿Pero sabías que yo te creé?

Tu mente, tu cuerpo, todos los pensamientos que has tenido en tu vida. Tus sentidos. Tu consciencia. Yo te creé. No el jardinero, sino yo.

¿Fui y te impuse mi marca especial? No. Nada tan tosco.

Al principio, tu mundo también era un jardín. Todo el suelo del mundo-mar era una alfombra de bacterias, y los primeros animales eran adorables masas de gelatina que pastaban sobre esa alfombra en un eterno idilio. No concebían la existencia de otros seres. ¿Por qué iban a hacerlo? Su función más compleja era una especie de suave espasmo para avanzar mientras pastaban. Y si se chocaban en el cálido lecho marino, lo único que hacían era fluir hacia delante, sin molestarse. Su vida no tenía mayor objetivo que absorber compuestos de carbono del lecho bacteriano.

Y, entonces, un día, se produjo la caída. Mucho antes y de una forma mucho más necesaria de lo que recuerdan tus mitos. Algún pobre mutante descubrió que podía absorber compuestos de carbono mucho más rápido si dejaba de pastar en la alfombra bacteriana y se ponía a diseccionar e ingerir los trozos de carbono predigerido a su alrededor: las masas gelatinosas vecinas.

No pudo evitar hacerlo. No pudo evitar prosperar. No elegimos las reglas. Solo jugamos al juego.

Fue el primer desertor; el primer depredador. Lo cambió todo. Ahora, las masas gelatinosas necesitaban sensores para detectar el peligro, cerebros para integrar esos sentidos y generar planes de supervivencia, y neuronas rápidas y músculos para ejecutar el plan. Esto fue la explosión cámbrica, el gran nacimiento de la vida compleja en tu mundo. Yo lo provoqué. Yo, la deserción, la destrucción, la conquista.