Capítulo 2

Érase una vez* un jardinero y un cribador que vivían** juntos en un jardín***.

* Fue antes del tiempo, porque el tiempo todavía no había comenzado.
** No vivíamos; existíamos como principios de una dinámica ontológica que emergían de estructuras matemáticas, incorpóreos e inevitables como los números primos.
*** Era el campo de posibilidad que prefiguraba la existencia.

Existían porque tenían que existir. No tenían antecedentes ni constituyentes, y no hay ninguna herramienta de causalidad que permita dividirlos en componentes y asignarlos a un plano de origen. Si siguiéramos el cordón umbilical de la historia en busca de un embrión atávico original que se convirtió en ellos, el viaje terminaría varando aquí, en este jardín.

Por la mañana, el jardinero introducía semillas en el terreno fértil y húmedo para ver en qué se convertían.

Por la noche, el cribador recolectaba la cosecha del día y separaba los brotes nacidos de los fallidos.

El día era más largo que todo el tiempo, y la noche, más breve que un destello de luz en un cristal de azúcar mientras cae. Los insectos zumbaban entre las flores y los gusanos serpenteaban entre las raíces, alimentándose de lo que fue y de lo que podría ser, el primer gradiente en la existencia, la primera dinamo de vida. La lluvia no caía de ningún cielo. Las voces hablaban sin boca ni sentido. Un árbol de alas plateadas florecía, daba frutos, soltaba plumas y volvía a florecer.

En el día entre la mañana y la noche, el jardinero y el cribador jugaban a un juego de posibilidades.