Capítulo 4

"Siempre termina igual", se quejó el jardinero. "¡Este estúpido patrón!".

¿No son bonitas?, pregunté mientras las flores se abrían y cerraban siguiendo patrones que ni siquiera universos enteros podían codificar, devorándolo todo, quizá hasta la eternidad. Ni siquiera nosotros podíamos saber si un patrón floral se mantendría activo para siempre o si se detendría en algún momento.

"Son tan anodinas como el envenenamiento por monóxido de carbono", se quejó el jardinero, aunque el monóxido de carbono todavía no existía, ni tampoco nada que pudiera envenenarse. El jardinero se arrodilló para remover un poco el terreno con su desplantador. Golpeó una flor abierta y esta se cerró. Aunque quien cerraba las flores era yo, y ese era mi único propósito, no sentí miedo ni celos. Teníamos nuestros dominios asignados y siempre sería así.

Son majestuosas, dije. No tienen más propósito que incluir los demás propósitos. No hay nada más en ellas que la voluntad de seguir existiendo, de alterar el juego para adaptarlo a su existencia. No perdonan ni un ápice de su totalidad por ningún motivo. Son el final".

El patrón corrigió la flor errante sin esfuerzo. El gran flujo continuó sin cambios.

El jardinero se puso en pie y se limpió las rodillas. "Cada partida que jugamos, este patrón consume al resto. Acaba con todos los desarrollos interesantes. Es un abusón estúpido y aburrido que impide que surjan espacios de posibilidad enteros. Hay tanto que nunca llegaremos a ver por culpa de esta... plaga".

Se mordió un labio agrietado, que solo existía porque esto es una alegoría. "Voy a hacer algo al respecto", dijo. "Necesitamos una regla nueva".