Capítulo 13

EN ESTAS NOTAS, UN BELLO OLVIDO

La Guerra llevaba siglos en marcha. Una de tantas. Otra más. Tan irrelevante como la siguiente. Se pensaba que las historias del Coro y de su Canción mortal no eran más que folclore, totalmente inciertas y posiblemente muy exageradas… Demonios que buscaron el don de la Vida, pero solo consiguieron corromper su belleza.

El mundo natal de una especie que ya no está registrada —borrada de la Tumba del Mundo, y por tanto de la memoria, como castigo por sus transgresiones— había conseguido mantenerse apartado de las batallas que se disputaban al otro lado de su sistema. La ubicación estaba salvaguardada para proteger el mundo natal de la ira de la colmena. Su órbita estaba defendida por una batería de dispositivos ofensivos avanzados: cañones, trajes móviles, minas, catapultas gravitatorias, etc. Estaban protegidos. Estaban a salvo.

Nunca vieron las pequeñas naves que se colaron entre sus defensas. Veinte en total. Aterrizaron siguiendo una secuencia en coordenadas prefijadas a lo largo del ecuador del planeta. Cuatro billones de almas seguían con su vida cotidiana cuando una melodía desconocida sonó como traída por la brisa. Era preciosa. Un regalo etéreo y el final de todas las cosas. El Coro cantó. Solo tenía veinte miembros. Cuando el volumen de sus voces aumentó, la gente empezó a gritar. La corteza del planeta se movió y se crujió. Los mares enfurecidos inundaron la costa. El núcleo tembló. La tierra se cuarteó. Las defensas se dispersaron. Era demasiado tarde. Menos de una hora después de comenzar la Canción, el planeta natal de unos seres olvidados se partió por la mitad. Estos son los poderes de la Canción, sus dones: el fin de la vida y el olvido.

RENACIMIENTO

Malkanth se aferra mientras el dolor de los gritos de su hermana amenaza con licuar su mente.

Pero es fuerte.

Y ya casi ha terminado.

La existencia de Azavath estaba íntimamente ligada a su propósito: aprender la Canción, perfeccionar sus notas, escribir su propia Aria y convertirse en la muerte. A Malkanth le sorprendió que se aferrase con tanta fuerza a las leyendas sobre el verdadero poder de la Canción.

Incluso Ir Yût, una de las más queridas de Crota, había abandonado hacía mucho la idea de reconstruir el Coro. Pero este deseo era lo que impulsaba a Azavath.

Malkanth se siente desbordar de orgullo.

Su hermana, como ella misma y su hermano —seres inferiores para aquellos de hueso más puro—, seguían alimentando ambiciones más allá de la cobardía inmunda de los que preferían la política a la acción.

La lógica de la espada les había fallado, pero ellos no fallarían al Enjambre.

Malkanth corta por última vez.

El rugido de Azavath le destroza la garganta y queda en silencio. Su cuerpo se convulsiona contra las sujeciones y luego queda inmóvil.

Por un momento, Malkanth sostiene la esencia de su hermana en las manos. Quiere despedirse de ella. Pero, instantes después, el vestigio de lo que fue su hermana lanza un destello y se apaga. Malkanth retrocede.

Akrazul salta de su altar y embiste a Malkanth.

Sin inmutarse, Malkanth hace un único corte —profundo, limpio— y libera la esencia de su hermano de su yo físico.

El cuerpo de Akrazul cae al suelo, derrumbado.

Su alma es más grande y más fuerte que la de su hermana. Guarda más ira, más crueldad.

De repente, Malkanth duda de que el receptáculo de Azavath sea capaz de contener la rabia de su hermano.

Empuja la esencia del Caballero Amputado a la carcasa vacía de Azavath. El pecado está completo.

Ahora llegan las consecuencias.