Capítulo 7

29.

Parece que ahora todo el mundo conoce a la guardia peregrina. Se han quintuplicado en número y no paran de crecer. Los agradecidos ciudadanos de la Última Ciudad segura los denominan "guardianes", y ellos llevan el título con honra.

Orin se alegra de que a sus amigos les vaya tan bien, pero no vuelve a sus filas.


30.

Durante su condena, Namqi mantiene el contacto con Orin a través de videocomunicaciones y holoproyecciones.

Cuando lo liberan, ella le suplica que vaya a recogerla. Necesita comprender qué intentaba conseguir la humanidad antes de rebajarse a lanzar ojivas nucleares para robar unas tristes vacas.

Rastrean los planetas interiores a bordo de su hildiana. Cuando se estropean ciertas piezas, las arreglan como pueden.

Son tremendamente felices.

Pasan los siglos.


31.

El día que Sjur Eido muere, recibe una llamada de Mara Sov. "Me gustaría que me devolvieras el favor", le pide la reina con la voz entrecortada.

Es la primera vez que se atreve a confiar en una guardiana. No será la última.


32.

La reina camina de un lado a otro mientras Orin se apoya en su martillo. "Tengo que descubrir quién la ha matado", dice Mara.

"¿Descubrir o asesinar?".

La aflicción y la rabia de Mara se aprecian en su rostro. Dirige la mirada al Arrecife mientras hace lo posible por controlarse.

Orin aprieta un poco más el martillo solo de imaginarse a Namqi muerto.

"Primero, descubrir", responde al fin. Le da a Orin una extraña moneda que la partida de búsqueda encontró en el cadáver de Sjur. "No estoy segura de que fuera un asesinato".


33.

La búsqueda la lleva a las profundidades de una cueva sublunar en la que no hallan enemigo alguno, sino unas nubes de vapor y a un semihombre con tentáculos en lugar de rostro.

"Perdónalos", carraspea mientras ella le estruja la garganta entre los dedos.

"¿A quiénes?", gruñe, apretando más la mano.

Su rostro se retuerce con cada vez más urgencia. Al recordar que primero necesitaba respuestas y después venganza, lo aleja de sí. El individuo se tambalea, recupera el equilibrio, rebusca en sus ropas y saca algo…

"¡Orin!", la advierte Gol, pero ya lo ha visto. Orin alza su martillo de guerra y lo golpea con fuerza en el pecho. Es como golpear una pelota sobre un simple soporte: no hay resistencia. El individuo rebota contra un pedrusco húmedo y emite un crujido horrible (se trata de su columna; no volverá a caminar derecho). Cuando cae al suelo, un tarro de plata deslustrada se escapa de sus dedos. El golpeteo resuena mientras rebota hacia la oscuridad.


34.

Orin utiliza un cuchillo de caza y su fuerza bruta para abrir la tapa dentada del tarro. Le da la vuelta y vierte un fino hilo de polvo gris claro sobre su mano enguantada.

"El polvo regresa, siempre regresa", se ríe el hombre, jadeante. Cuando Orin levanta la mirada, ya no está.