La enfermería de la Torre estaba tranquila. Los guardianes pueden actuar en el sistema a todas horas, pero incluso en el corazón de la Ciudad, a veces hay... calma.

El insomne estaba echado en la cama, como un objeto roto. Las máquinas monitorizaban todos los aspectos de su estado físico. En la habitación solo se oía la estable y queda señal de los latidos de su corazón.

En una de las paredes de la sala había una pequeña ventana de transplex. En frente, flotando en el aire, había un Espectro. Su único ojo se reflejaba en el interior de la ventana, con un brillo rojo y estable.

En la esquina había una silla. Era barata y estaba recubierta de vinilo. Bien podría haber sido una reliquia de la Edad de Oro. Y, de repente, crujió.

Porque, en la quietud de la sala, había aparecido otra comedida fuente de respiración.

Eris Morn se reclinó en la silla y las oscuras volutas de poder que había invocado fluyeron de ella, sin esfuerzo, hacia la noche. Las emanaciones verdes de su sudario brillaban en la penumbra.

Casi como si recordara algo, el Espectro se volvió desde la ventana. Por un momento, tres ojos miraron a uno, antes de regresar a su vigilancia.

Con rostro implacable, Eris miró al insomne tendido en la cama.

Su nombre era Asher Mir.

Irascible. Molesto. Gruñón. Incluso había visto a Ikora Rey... exasperarse en su presencia. Sus labios se curvaron, muy ligeramente, hacia arriba. Era como su alma gemela, si acaso tenía alguna.

La sonrisa murió cuando su mirada se deslizó a su costado. Le habían quitado el atuendo de hechicero y veía su pálido pecho azul subir y bajar sobre la cama. Su brazo. Había perdido el brazo.

En su lugar había algo. El punto en el que lo mecánico estaba cosido a la carne era espeluznante, pero el diseño era inconfundible para cualquier guardián con experiencia: El brazo de Asher Mir era de una construcción vex.

Sus ojos se posaron en el Espectro de la ventana. Él también estaba transformado. El perfil inconfundible de la tecnología vex penetraba, incrustándose, en su pequeño cuerpo de cancerbero. Aquel ojo rojo...

Ella se levantó y se acercó a la cama.

Su voz era amable, baja, pero su timbre llenó el aire quedo de la habitación.

"Me voy, mi viejo amigo".

El hombre en la cama no se movió.

"Pronto abandonaré toda esta..." —levantó las manos, para abarcar la enfermería, la Ciudad, la Torre, la Tierra— "... mentira".

Puso una mano enguantada en el dorso de su mano azul, la de carne y hueso. "Me habría gustado que habláramos, tú y yo, una vez más. Pero mi historia aquí ha terminado. He vengado a los que perdí. Debo encontrar...".

Se detuvo y, tras la gasa que cubría su rostro, sus tres ojos se cerraron. Por un momento, se permitió sentir las oscuras lágrimas que fluían, sin parar, por su rostro. Volvió a abrir los ojos y su fuerza centelleó en la oscuridad.

"Debo encontrar un nuevo camino en la noche. La colmena es grande y antigua. Un poder de más allá de nuestro reino. Para poder hacerle frente, para poner fin a su odio, debo ir más allá de la seguridad de la Ciudad".

Alzó la vista y miró más allá de la ventana, hacia el horizonte. A la gran extensión de las murallas, el borde del alcance de la humanidad.

"Cuídate, escriba de Gensym. Se acerca una tormenta. Y ya no estaré a tu lado para cuando llegue a nosotros".

Con esas palabras, y una acumulación de poder, se marchó.

La habitación volvió a su quietud. La señal del corazón del insomne resonó desde las máquinas. Y el Espectro miró hacia la noche, su ojo rojo no parpadeaba.