El gatillo chasqueó.

Otro cargador vacío se deslizó y cayó en el oscuro suelo de piedra.

Era el último.

El fusil se había quedado sin munición.

Rezyl dio la vuelta a su arma y la agarró por el cañón, como si fuera una porra.

Una nueva oleada de muerte gorjeante hizo presa en él, frágil pero agresiva, abrumadora en su número y opresiva en su furia.

La culata del fusil golpeó un cráneo tras otro.

Cedieron y cayeron.

Como otros antes que ellos.

Un montón de pesadillas aniquiladas, mitad hueso, mitad polvo, se acumulaba a los pies de Rezyl.

Había sosiego en él. Estaba tranquilo.

En el caos del combate no había momento para el pánico.

Sus golpes eran amplios, pero calculados. No malgastaba movimientos.

Un demonio le arañó la espalda. Luego otro.

Eran más pesados de lo que sugerían sus frágiles armazones.

Se sacudió al demonio, se dio la vuelta y estampó con fuerza la culata contra la sien de la criatura. El cráneo se quebró y la culata se hundió profundamente en la húmeda y calcárea masa bajo el hueso. Hizo un breve esfuerzo por liberar el fusil, pero tuvo que renunciar a él cuando los demonios redoblaron su asalto.

Rezyl derribó a otro monstruo de una patada y le pisó el cuello mientras giraba para asestar reveses a un montón de atacantes, ansiosos de matarlo.

Si el fusil, su Infernal desgastado por el combate, había servido para reducir la horda y conseguirle tiempo para evaluar la situación, su Flor lo sacaría del apuro.

Como siempre.

El Titán, bañado en cenizas y vísceras de sus enemigos, sacó su arma y, en un solo movimiento, apuntó a las bestias malditas que tenía más cerca.

El fogonazo de cada disparo iluminó la cueva con destellos de calor rojo... Un jardín de flores furiosas que se abrían en abierto desafío a este vil y odioso reino de sombras.

En el otro extremo del mar de fauces rechinantes, el ser malvado bailaba en el aire.

Observaba.

¿Esperaba?

Sin siquiera pensarlo, el cañón de Rezyl estaba cargado y listo para disparar.

Disparó otra ráfaga y seis demonios más se desplomaron muertos sobre el montón de cadáveres.

La bruja lanzó un violento grito.

Y tan rápido como había comenzado, el asalto cesó.

El gorjeo pasó de un rugido atronador a un espeluznante coro que zumbaba a través de la neblina de ébano más allá de su vista.

Rezyl se levantó, enderezó la cansada espalda y respiró profundamente varias veces.

La tormenta no había amainado.

Lo sentía en las entrañas.

No estaba tranquilo, sino alerta. Era la terrible calma que precede a la tempestad.

El ser malvado se rio: un chillido horrible y áspero.

Seguido de pisadas. Fuertes y pesadas.

Tum.

Tum.

Tum.

Tum.

Rezyl escudriñó la oscuridad mientras metía más balas en el cilindro del cañón.

Una figura cobró forma, aproximándose desde las profundidades.

Un ser con una fuerza y tamaño mucho mayores que los del titán.

En la mano sujetaba sin esfuerzo un machete del tamaño de una persona. O más grande.

Su cuerpo era grueso, cubierto de protrusiones óseas. Una armadura viviente, unida con la bestia.

Rezyl suspiró con resignación.

La criatura caminaba como un hombre que cargase con pecados indecibles. Era pesada y lenta, aunque sus zancadas cubrían terreno con una facilidad antinatural.

A Rezyl, la imponente y terrorífica silueta que se aproximaba le recordaba a un antiguo caballero caído en desgracia.

Tal vez antaño hubiera sido un héroe.

Tal vez aquí, en estas sombras, la bruja y su horda putrefacta lo veían todavía como a un héroe, solo que ahora servía a una causa más oscura y siniestra.

La idea intrigaba a Rezyl.

Había venido a buscar pelea. Y el enemigo al que creía una falsa leyenda se precipitaba a su encuentro.

Sonrió bajo el casco y giró su Flor con un seguro floreo de cazador. Apuntó con pulso firme y abrió fuego rápido, amartillando el percutor en rápida sucesión.

El furioso destello iluminó la oscuridad.

Seis disparos, todos al cuerpo.

Las balas de Rezyl rebotaron contra un repentino y trémulo muro de negrura.

El caballero había conjurado de la nada una barrera protectora.

Rezyl no sabía qué métodos arcanos empleaba la criatura, si magia oscura o tecnología inimaginable. Tal vez una combinación de ambas. Pero le daba igual. Recargó el arma y se preparó para enfrentarse a lo desconocido.

El escudo etéreo se desvaneció. La bestia alzó su machete y lanzó un agresivo e inhumano rugido: El grito de guerra del infierno.

Rezyl aceptó el desafío.

Sujetando su Flor con fuerza, el titán se lanzó a la carga.

Combatiría de frente la furia de la sombra.

—-

Habían pasado dos días desde que Rezyl salió de los oscuros corredores bajo la luna, de vuelta a la luz. Su Espectro le pedía detalles una y otra vez. Quería saberlo todo sobre la bruja y su promesa de sufrimiento.




Del mar salvaje de muerte gorjeante.

Del caballero gigante y el épico combate de Rezyl.

El Espectro estaba fascinado y muy preocupado. Si los monstruos bajo la luna estaban activos y alerta, había que avisar a la Ciudad. Rezyl estaba de acuerdo.

Mientras contemplaban otro amanecer de la Tierra desde la solitaria y silenciosa superficie lunar y planeaban el largo viaje de vuelta, Rezyl sacó un hueso fragmentado de la bolsa que le colgaba de la cadera: Un recuerdo de la maldad que acechaba más allá de la luz y los últimos restos del novio del ser malvado.

Y mientras recordaba lo sucedido durante su tiempo entre las sombras, sacó su Flor de la funda y empezó a incrustar el hueso en el armazón de acero: Solo era un trofeo más de otro combate ganado.

—-

Fue más tarde, ya demasiado tarde, cuando llegaron los primeros susurros y los huesos revelaron su auténtico y siniestro propósito.