Rezyl Azzir era un hombre.

Con el tiempo los de su especie serían llamados titanes. Montañas de músculo y coraje y metal. Su collar estaba hecho de piel y dientes. Vestía su persona con ornamentos, chapas de oro con grabados, trofeos sobre sus hombros.

Esto fue antes de que la Ciudad fuera La Ciudad.

Esto fue antes de los muros. Todavía en la sombra del frágil gigante sobre nosotros, pero antes.

Llegaron los buscadores de la salvación: supervivientes; exhaustos vestigios de un pueblo al límite.

Esto fue antes de que la razón se arraigara. Antes de que el estudio se mezclara con la creencia.

La gente miraba hacia el gigante como se mira hacia Dios. Quizá todavía lo miran de esta forma.

Las facciones crecieron a partir de las masas oprimidas. Como mentes unidas para ofrecer consuelo y apoyo. Con el tiempo, estas lealtades empezaron a pedir lealtad. Las diferencias que solían informar (puntos de vista que al unirse ofrecían una mayor comprensión del todo) se convirtieron en puntos de conflicto. El santuario de dividió. La sombra de la Luz se hizo más grande. Este, el último oasis de la humanidad, poco a poco se diluyó en un espejismo.

Hombres y mujeres poderosos, los alzados, permanecieron leales a sus facciones. Protección. Sicarios. Una oportunidad malgastada.

La miseria se coló en este falso paraíso. Pero la esperanza persistió.

Al ver las grietas de esta sociedad aparecer bajo la carcasa fracturada del gigante, algunos de los alzados desafiaron la disolución de todo lo que podría ser. Querían dejar de ser instrumentos de la opresión. Querían ser más.

Así empezó una guerra innecesaria hecha con avaricia, ambición y... miedo. Todas ellas motivaciones necesarias. Y, en el caos de esta lucha, llegaron los carroñeros: alienígenas con apetitos. Un enemigo común.

Al final, los carroñeros fueron expulsados y las facciones cayeron. Perdieron poder, pero sus creencias sobrevivieron. Estos fueron los inicios de los guardianes, cuando podría haberse encontrado un propósito. La prosperidad estaba a nuestro alcance.

Rezyl fue un campeón de estas guerras. Un líder. Contra los piratas alienígenas él fue mucho más. Si el gigante no era un Dios, quizá Rezyl lo era.

Al formarse los primeros muros, construidos con sudor y sacrificios, Rezyl y los guardianes se enfrentaron a los alienígenas saqueadores una y otra vez. Llegaron más supervivientes. Más guerreros.

Las filas de los guardianes aumentaron.

La Ciudad creció.

La esperanza floreció. Para Rezyl era una moneda de cambio. La esperanza compró el mañana. El mañana compró el esfuerzo necesario para sobrevivir hoy.

Pero Rezyl terminó cansándose. Ciertas historias lo atormentaban cada noche. Viejas historias. De las que ya ni se cuentan. Historias encerradas tras labios sellados por miedo a los horrores que podrían invocar. Cuando el sol se ponía en el horizonte y la luna se alzaba, los pensamientos de Rezyl vagaban. ¿Cómo de seguro se está al estar a salvo? ¿Cuánto puede durar la lucha contra la Oscuridad?

De modo que, cada día, Rezyl luchaba y construía y protegía. Y cada día una ciudad crecía bajo el gigante. Pero cada noche pensaba en todas las cosas nunca dichas y miraba atentamente la luna.