Mi padre odiaba los mapas.

"¿Y sabes por qué odio los mapas?", me preguntó.

Yo no respondí. No inmediatamente. Con mi padre, cada pregunta era compleja, incluso las que parecían simples. Y las preguntas simples merecían tanta meditación y sabiduría como fuera posible.

Con eso en mente, no dije nada.

¿Por qué mi padre odiaría los mapas?

Una de sus colaboradoras entró en la oficina. Mi padre no tenía empleados. Ni asistentes. Y ya que estamos, tampoco tenía héroes. Todo el mundo, vivo o perdido, era un colaborador, y eso incluía a sus hijos.

"Clovis", dijo la visitante.

Mi padre oyó a la mujer, pero no dejó de mirarme.

La mujer era hermosa y yo tenía dieciséis años, así que la miré, sonriendo por los dos. Y ella me guiño un ojo, agradecida, mientras describía los resultados de las pruebas de laboratorio de las últimas cinco mil millones de ejecuciones de nuestra iniciativa de IA.

En el desierto marciano, mi padre y algunos colaboradores selectos estaban construyendo alojamientos demasiado fríos para este universo y demasiado rápido para ser reales.

Y yo era un muchacho de dieciséis años sonriendo a una mujer hermosa.

Mi padre le agradeció la información y ella se marchó.

Como me temía, no dejó de mirarme.

"No sé por qué odias los mapas", admití.

Con mi padre, la ignorancia nunca era el peor crimen. Lo terrible era fingir tener la perspicacia y sabiduría de la que carecías.

"Los mapas terminan", dijo.

Asentí un poco.

"Los mapas insisten en tener fronteras y bordes, o se saldrían de la mesa. Y no es así como funciona el universo".

"No, eso es verdad", admití.

Entonces me preguntó: "¿Cómo funciona el universo?".

Fingí tomarme mi tiempo para pensar en diversas respuestas inteligentes. Pero acabé usando la primera que se me había ocurrido.

"Sin esfuerzo", dije.

Se rió. Lo cual no era raro en mi padre, pero ahora era alentador.

"¿Qué más puedes decirme?", me preguntó.

"El universo es infinito y probablemente de diversos modos", le dije. Entonces enumeré una serie de ejemplos: el censo de las estrellas, el principio de los universos paralelos de la mecánica cuántica y la infinita medida de reinos diminutos que se ocultan dentro de cada grano de arena marciano.

Mi padre asintió.

La sonrisa murió.

Entonces dijo algo ominoso. Aunque por aquél entonces no me lo pareció.

"El universo es el mapa de alguien", dijo.

"Ah, ¿sí?", murmuré.

"Sí, ya lo creo. Y lo que hacemos aquí... Estamos llegando más allá de los límites, hacia lo desconocido. Y sacamos nuevos colores para ponerlos en este mapa que nunca dejará que lo terminemos".

Asentí, sonriendo como un buen hijo.

Pero yo tenía dieciséis años, y principalmente pensaba en la hermosa mujer que me había guiñado el ojo.