He hecho preparativos.

Si soy derrotado, sé que será porque mi entendimiento del universo era incompleto. No pude anticipar una estrategia, un enemigo poderoso (quizá Taox, si sigue viva).

Si soy derrotado, sé que caeré ante algo poderoso. Algo que anhela poder, que quiere lo que yo quiero, las Profundidades, que es un poder y un principio, la versátil y proteica necesidad de adaptarse y resistir, de conformar totalmente el universo para ello, y mutar, rediseñar, probar y repetir para que pueda salir adelante, apoderarse de la existencia y dominarla, sabiendo que lo es todo, que no hay nada más en la vida que vivir. Y tiene dos caras, aunque una sola silueta. Una cara es el objetivo, que resulta obvio, y la otra es la voluntad de sacrificar cosas e ideas con una única misión: la de convertirse en la forma, en una forma que no se rendirá, la entrega total a la supervivencia, empuñar la espada adecuada y elegir dónde cortar. Permitir que este apetito se convierta en tu arma.

Así que voy a preparar un libro que es el mapa de un arma. Y mi aniquilador leerá ese libro, en busca del arma, y llegará a comprenderme, dónde he estado y adónde iba. Y entonces, tomará mi arma y la usará. Usará esa arma, que es todo lo que soy.

Y armado de esta manera con mi pasado, mi futuro y mi presente (que es un arma, un arma que toma todo lo disponible, un arma unida a la maldad), me cubrirá a mí, Oryx, el Rey de los Poseídos.

Se convertirá en mí y yo me convertiré en él. Cada uno derrotará al otro, lo corregirá y nos fusionaremos en una filosofía omnipotente. De esta manera, viviré para siempre.

Me encargaré de ello.