Praedyth abrió los ojos.

El receptor chisporroteó al encenderse. Le había llevado la mayor parte de una década hacer funcionar su primitivo escáner de comunicaciones. Y algunos años más para conseguir que transmitiera. Ahora, en el breve intervalo de tiempo en que se abriera la puerta de su celda, pediría ayuda. Suspiró, un acto deliberado que le hizo toser bruscamente. No tenía ni idea de cuánto podría resistir su cuerpo. Pero por otra parte, aquí ese tipo de pensamientos es relativo, ¿verdad?

Praedyth miró a la extensa masa de metal y cables, mientras escuchaba los pequeños sonidos de su improvisado altavoz. Antes de hablar, siempre procuraba escuchar. Las palabras, los conceptos que fluían a su mente, lo confundían. Líneas temporales y potencialidades que podían haber sucedido ya, que podrían suceder o que tal vez no sucederían nunca.

Al borde de su visión siempre danzaba el mismo patrón. En momentos como este, cuando el mundo lo adelantaba a toda prisa, tenía que aferrarse con fuerza al hecho de que todavía respiraba. A menudo se centraba en la inspiración, en la expiración, respirar, respirar, respirar... horas más tarde, parpadeó. Se reorientó. La estática había desaparecido. Había perdido una oportunidad.

Antes habría maldecido y escupido. Ahora, tan solo sacudió la cabeza. Un débil movimiento de cuello.

Los vex habían decidido su fin. Los guardianes habían intervenido. Los vex no eran infalibles.

Si los vex pueden equivocarse, si pueden cometer errores... algún día podría ser libre. Algún día podría abandonar la Cámara y volver a ver al Viajero.

Hasta entonces escucharía y observaría. Sería el hombre en el exterior que mira al interior, un punto de vista a la conciencia de las mentes que abarcaban galaxias. Intentaría comprender a los vex.

Praedyth cerró los ojos.