La Maraida, libro VII, capítulo 10

Resumen:
la comunicación fue retransmitida en todas las frecuencias de los caídos. No teniendo, en su momento, la habilidad de descifrar código de los caídos, el señor de los cuervos solo podía darse cuenta de que estaban hablando distintas Casas de los caídos entre ellas. Eso no había pasado con anterioridad.

Entonces, las técnidas miraron a la Tierra y vieron que los caídos allí estaban volviéndose más osados. Sus tácticas sugerían que planeaban un ataque masivo. No teníamos medios interplanetarios, no podíamos avisar a la Tierra. Nos conformamos con mirar, no podíamos hacer nada más.

Pero entonces llegaron los Lobos del complejo Joviano. Su ejército era de cientos de miles, tal vez millones: una horda oscura que se apoderó del Arrecife y se dirige con rapidez a la Tierra. Tan pronto como los vimos supimos que, si los Lobos conseguían llegar a la Tierra, ese sería el final de la Ciudad.

Aparentemente ajeno a nuestra existencia, la flota de los Lobos hizo una pausa en Ceres apara reagruparse. La decisión de la Reina fue la siguiente: atacar la Casa de los Lobos, salvando la Tierra pero revelando la presencia del Arrecife a todos y cada uno de los enemigos de este cuadrante o permaneciendo en silencio, protegiendo al Arrecife pero dejando que la Ciudad perezca.

Sus heraldos se propagaron hacia Ceres, destrozando el asteroide y matando a Virixas, kell de los Lobos y a más de la mitad de su Casa. Los Lobos restantes se escaparon, se escondieron en lo profundo del Cinturón en busca de escondites. Allí, aparecieron nuevos demandantes de la nave del kell: Irxis, baronesa de los Lobos, Parixas, el Aullante y Skolas, el Rabioso.