«¿Y nuestras comunicaciones de largo alcance?»

Un suspiro de preocupación. «Mara, es un milagro que estemos vivos».

«Te dirigirás a ella como Reina», interrumpió la técnida Shuro.

«Perdón. Acepta mis disculpas, Reina». El ingeniero se pasó la mano sucia por su pelo enredado. «No. No más comunicaciones de largo alcance. Ni de corto alcance tampoco. No habrá nadie al otro lado, por lo que puedo observar. Mi Reina», añadió apresuradamente, como sugirió Shuro.

«Las comunicaciones no son nuestra prioridad ya», dijo Mara. «Centraos en las carcasas y cualquier otra nave usable que tengamos. Traed todo lo que podáis cerca de Vesta. Cuanto más cerca se esté de mí, más seguro se está».

El ingeniero asintió sin mucha convicción. «Sí, mi Reina».

Mara asintió. «Te puedes ir».

El ingeniero se inclinó y abandonó la habitación. Tan pronto como se cerró la puerta, Mara alzó su mano. Todas las técnidas la rodearon. «¿Lo intentamos otra vez, mi Reina?» dijo Sedia.

Mara se apartó de su trono. «Sí».

Los aumentos brillantes de las técnidas destellearon mientras la rodeaban. Mara cerró los ojos. Un murmullo salió de las técnidas, notas rotas en harmonías, de las sombras, como cientos de pequeños destellos azules que se llenan de vida delante de ella. Entonces Mara inclinó su cabeza hacia delante y los destellos empezaron a acercarse como si se conectaran a ella y cada destello dejaba una huella en sus ojos. Cuando desapareció el último destello, Mara vio la Oscuridad de nuevo. Una gran y vacía Oscuridad y entonces otra nube de destellos apareció. Estos eran más pequeños que los anteriores, con pequeñas llamas parpadeantes y había menos también, pero Mara inspiró y los destellos se apresuraron a acercarse a ella, creciendo a medida que volaban.

«Deberíamos habernos quedado en el Arrecife...» «... Dicen que queda solo una Ciudad...» «Una Ciudad bajo el Viajero...» «Al menos no estamos en el Arrecife...» Las voces caían sobre Mara como una ola todo y le dio vueltas.

Ahora, en las llamas, se empezaban a formar figuras. Una nave colisionada, una mano azulada agarrando a una marrón, una muralla medio construida en las copas de los árboles.

¡Vosotros nos traicionásteis por la Tierra! Pensó Mara. Soy YO, ¡vuestra Reina! ¡Os concederé una oportunidad para volver o nunca más os daré la bienvenida!

Pero la marea de voces no cesó.