Aunque mi Luz se vuelve tenue, he permanecido con los cabal. Demasiada distancia y tiempo me separan del Viajero. Si no estoy destinado a encontrar mi propio guardián, al menos puedo comunicar a la Ciudad lo que he aprendido.

Pensé que Marte sería un buen lugar para encontrar un guardián. La arena conserva bien las cosas, y Clovis Bray siempre fue conocido por el talento que atrajo. Los valientes, los brillantes, los libres, los inquietos de la Tierra que se mueren por alcanzar la fama. Viajé de polizón en una nave de exploración a Marte, esperanzado.

No tuve suerte. La arena se lo traga todo. La ropa de la piel y la piel del hueso. Era como si nunca hubiera habido gente aquí. He entrado por cada ventana rota de cada edificio. Nada. Es decir, nada de guardianes. Y ninguna manera de volver a la Tierra. La nave exploradora se fue hace ya tiempo.

Lo que sí encontré, no obstante, fue una ruta de acceso a la base cabal. Sus minúsculos ojos porcinos son demasiado débiles para verme, siempre y cuando me mantenga alejado de sus sistemas de defensa. Los psiónicos son otra cosa: demasiado rápidos, inteligentes y con unas mentes muy peligrosas. Me muevo con sigilo por las paredes, o me escondo entre las pilas de contenedores y observo desde ahí.

Hay un imperio inmenso detrás de estas criaturas, a muchos sistemas estelares de distancia. Algunos prometen lealtad a ese lejano imperio, obedeciendo sus antiguas órdenes de mando. Otros no. No encuentran respuestas comunes entre ellos. No le deseo a nadie una discusión con un cabal. Arremeten unos contra otros con sus enormes cuerpos blindados, emitiendo rugidos horrendos. Recolectar información nunca ha resultado tan doloroso.