La celda se abre de golpe. Skolas, kell Lobo, se tambalea al salir y se cae de rodillas.

Trata de saltar hacia la criatura delante de él, esa forma en la niebla, para mostrar por qué debería sentir miedo de él. Pero el peso del dolor golpea sus piernas contra la celda. La rabia que se apodera de él lo lanza al suelo. Cae sobre sus cuatro manos y su poderosa armadura genera un gran estruendo.

¡Su Casa de los Lobos ha sido esclavizada! ¡Han engañado a los suyos! ¡Y fue su arrogancia, su astucia, lo que les llevó a ello! Mientras las otras Casas luchaban por el futuro de la Tierra, arrojándose a la gran máquina, Skolas perdió a los suyos en juegos de traición y ambición. Un amargo orgullo llevó a un amargo final.

Si Skolas fuera kell pediría a su arconte que se encargara de ritual de corte. Siseos de éter en su máscara y eran fríos, muy fríos.

Mira hacia arriba. A la pequeña forma con capucha ante él. La neblina de la celda está desapareciendo. Ahora puede ver.

«Creo que estoy aquí», dice la criatura. A Skolas le parece una voz extraña, con un extraño acento. Pero habla su idioma. «Tengo un propósito claro. No lo puedo contar. Perdóname».

Debajo de su capucha, pequeños dedos de sombras exploran el aire.

Skolas se levanta para aplastarlo, para mostrar su fuerza, porque la alternativa a la violencia es esperar la violencia de un universo que no tiene respeto ni compasión. Se observa a sí mismo. Su ambición lo ha traído aquí, a esta celda en este extraño lugar... Solo que no es tan extraño, ¿o sí? Es la bodega de un queche. «La Reina», le dice a esa criatura. «Trabajas para la Reina».

«Los Nueve me explicaron mi cometido», dijo la criatura. «Si estoy aquí es porque la Reina te envió a los Nueve y ellos desean que vuelvas».

«No voy a hacer el trabajo de nadie». Skolas ha sido una molestia por demasiado tiempo. Una escoria le dijo una vez que jugaría a este juego mientras tuviera sentido. Nada tiene sentido ahora, excepto pensar en la idea de la garganta de Variks destrozada contra su puño. ¡Variks! Variks el desleal, Variks que debería estar fundido átomo por átomo en la proa de un queche y dejado allí como un espantajo que echara a arder.

«Me siento cómodo», dice la criatura con la cara que se mueve. «Una parte de mí quiere ir a algún sitio templado. Ahora te contaré sin rodeos lo que has recibido».

Skolas mira la metralla en sus manos. Skolas se imagina lo que haría si pudiera agarrar a Variks, o al hermano de la Reina, o a la Reina. ¿Les devolverá lo que han perdido? ¿Los mundos que les han arrebatado? No, no puede cambiar el pasado. Solo el futuro. Solo la posibilidad de que los suyos puedan algún día ser recordados como algo más que piratas carroñeros.

Nunca debería haber tratado de ser kell de los Lobos. Debería haber tratado de ser el kell de todo. Todo quiere acabar con él y los suyos: las máquinas, los guerreros y los ojos verdes de la colmena. Los soldados muertos que se amontonan cerca de la gran máquina y que se aventuran en los mundos para despojarlos de toda esperanza.

«La nave será tuya», dijo la criatura. Se encoje sobre sí mismo como si le molestara su propia forma. «Si hablas, te escucharán. Ahora debo irme. Eres libre».

Intenta seguirlo. Falla. No sabe cómo pero se ha ido. Va a la sala del trono y coloca su arma en el asiento. Skolas, kell de los kells, va al centro de comando de la nave y busca la señal de algún sirviente, para ver cómo trazar un nuevo rumbo.