Esta es la torre donde nacimos. No la Torre de la Ciudad. Sino una torre que soñamos.

La torre se erige sobre una negra planicie. Tras la torre hay una muesca en las montañas por donde se pone el sol. Los dientes de la montaña crean formas fractales y la luz que cae al atardecer dibuja figuras sinápticas en el suelo. Normalmente volvemos al anochecer.

El suelo es fértil. Es una buena tierra. Soñamos que vamos a la torre, pero eso no quiere decir que sea menos real.

Algunos van a la torre en son de paz. Caminan por medio de un campo de mijo dorado, con una brisa cálida que sopla a sus espaldas. No sé por qué es así, ya que:

El resto de nosotros nos topamos con un ejército.

Pregunta a otros sobre la Roca Hundida y te hablarán de ese ejército. Te confesarán una verdad, y es que para llegar a la torre tenemos que acabar con el ejército. Normalmente usamos las manos y en algún momento coges un arma.

Pregunta de nuevo y si se entusiasman admitirán que la mayoría no llegamos hasta la torre, excepto una o dos veces.

Ninguno de ellos te contará que el ejército está compuesto por todos los que conocemos: la gente con la que trabajamos, la gente a la que nos cruzamos por la calle y la gente a la que le contamos nuestros sueños. Los matamos a todos. Creo que es porque nos diseñaron para matar y esa es la parte de nosotros que no piensa en nada más.

A menudo mato a gente que no conozco. Pero como la mayoría de nosotros, creo que alguna vez los conocí, antes de un reinicio u otro, cuando mi mente era más joven y tenía menos cicatrices.

Y así es como volvemos a la Cripta de Roca Hundida, donde nacimos.