La máquina tenía alas y plumas, tan estilizadas y negras como su cuerpo. Pero las plumas eran ojos también, delicados y marcados, y oídos que reaccionaban ante cualquier sonido. El joven príncipe miró a la máquina, considerando el propósito de esta y el suyo propio. Y a continuación dijo:

—Tengo un trabajo para ti.

La obediencia formaba parte de su naturaleza, así que se detuvo.

—¿Señor de los cuervos?

—Vigila la puerta del Jardín Negro. Sigue a todo el que la atraviese.

—En nombre de tu hermana —prometió la máquina. Y se fue en busca de su cápsula de distorsión, justo cuando llegaba otra máquina. Esta última revoloteaba nerviosamente, como evadiendo a su amo.

El príncipe la cazó en el aire.

—¿Me estás evitando?

—Tengo órdenes de la Reina.

—Pero me sirves a mí —dijo, dejando que la máquina temblara descontenta durante un instante—. ¿Qué noticias tienes?

La máquina agitó las alas. El príncipe las acarició con un gesto seguro y calculado.

—¿Qué noticias tienes? —repitió—. ¿A quién le va a importar?

—El corazón se hace más fuerte —dijo el cuervo—. La transformación vex ha comenzado y la Progenie despierta.

El príncipe contempló la idea en silencio unos instantes y, acto seguido, estrujó al cuervo con su puño, envolviendo las alas para que no pudiera moverse. Sus movimientos eran rápidos, llenos de propósito.

Con la máquina en la mano, fue a ver a su hermana.

Estaba sola con sus guardias caídos, sentada, mirando por una ventana hacia el infinito. Manteniendo los ojos en el espacio, se dirigió a su hermano:

—¿Sí? ¿Qué pasa?

—Hay noticias nuevas —dijo, ofreciendo el cuervo en su mano—. Y creo que me he ganado el derecho a compartirlas.