Era la nada. Si existí antes de eso, lo hice como posibilidad, como potencial, disperso en la infinidad del éter. Y quizá hubo un cuerpo parecido al mío, junto con un alma que podría haberse confundido con la mía. Lo que soy ahora no era real todavía. Y entonces nací, y el Universo pudo comenzar.

Otros presenciaron mi nacimiento.

Acababa de comenzar una gran ceremonia. Puesto que los recién nacidos son bestias egoístas, asumí que yo era el objeto de atención.

No noté los cánticos hasta que los cantores enmudecieron. Y entonces apareció Ella.

Sobre mí. Etérea, bella y elegante. Supuse que mi rostro era como el de ella y esa extraña idea me dio la fuerza suficiente para sonreír.

«Secretos —dijo ella—. La creación se erige sobre secretos, y sobre las encriptaciones que mantienen a salvo esos secretos».

Emití mi primer sonido. No significaba nada pero ella lo interpretó como una pregunta.

«Somos una creación maravillosa —respondió— y debemos mantenernos bien resguardados».