Todos preguntan por las palabras.

La verdad es que la poesía no es mi fuerte. El Ares I no dejaba mucho margen para nada que no fuera pura eficiencia. Llegamos a una temperatura peligrosamente alta, buscando una zona de aterrizaje apta en mitad del caos causado por las turbulencias y el espesamiento atmosférico que amenazaban con desviarnos. Un retraso de señal con la Tierra de veinte minutos ida y vuelta a la velocidad de la luz significaba que dependíamos de nosotros mismos.

Cuando el tercer motor entró en diagnosis durante la segunda corrección de rumbo, pensaba que todo se iba a pique.

Pero Qiao nos mantuvo en rumbo. Mihaylova nos mantuvo en rumbo. Yo solo pilotaba la nave.

El vehículo de excursión del Ares I fue diseñado para ligeras corrientes y polvo glacial. Entramos en una tormenta: el aliento de Dios azotaba el artefacto con su oleada de cambio. Abortamos en tres zonas de aterrizaje hasta que decidí pasar a propulsión manual y nos bajé a base de instinto y reflejos.

Comprobamos las listas de verificación, nos pusimos los trajes y salimos del vehículo.

Teníamos un guión, sí. Pero metí la pata. Puse las botas en el suelo para llevar a cabo la metida de pata más famosa de la historia del ser humano. Dije lo primero que me vino a la cabeza: quería avisar a los demás.

«Se está levantando el viento».

No quería decir nada para la inmortalidad. Solo pensaba que sería información útil.