Se baja del Colibrí y asciende durante un buen rato entre los espatos de roca volcánica y las fumarolas de fuego azul. Debajo, las ruinas de Ishtar se iluminan con la luz de la contienda, tan distantes y breves como las constantes estrellas fugaces o el inquietante cráter de la cima. Camina sola entre las rocas. Continúa, cabizbaja, eludiendo la sensación de que en algún momento podría caerse del mundo, ardiendo como un meteorito invertido.

El mensaje que la trajo a este lugar no venía firmado, pero se podía ver la mano de Cayde. «Draksis en las Cenizas», decía. ¿Será verdad?

Y me advertía: «Recuerda tu promesa».

Al amanecer, se encuentra con un sirviente y le quita la vida con su cuchillo. De su garganta emana gasolina. Ella toma su posición y coloca las balas en la roca, una al lado de otra, como si contara los años que lleva esperando. El fusil es casi tan alto como ella. Se tumba al lado de las balas y comienza a matar centinelas, uno detrás de otro, hasta que finalmente los aguijones comprenden el verdadero significado de los truenos y salen de las Cenizas, enfurecidos, tras ella.

Ella deja su fusil y se dirige en dirección al enjambre, disparando desde la cadera mientras avanza entre la árida obsidiana. Cada retroceso de su viejo revólver es una nueva palabra: Draksis, Draksis, kell del Invierno, kell del odio, señor del reino de su vendetta. Le duele la mandíbula. Solía imaginarse que le arrancaba la garganta con dientes blindados.

Las rocas humean a su alrededor al ser golpeadas por el fuego de arco, y la metralla levanta mariposas de cristal al hacer saltar esquirlas de obsidiana. Dispara hasta agotar sus cartucheras. Un grupo de vándalos con camuflaje vítreo decide agredirla con machetes. Ella levanta la mano y los arrasa con su arma dorada, mientras ríe y grita: «¡Draksis! ¡Draksis! ¡Vengo a por ti!»

Acaba con todos y sigue, dejando las Cenizas aún más abajo, hasta la siguiente cresta. El baile de luces vex a lo lejos ilumina las bocas de las cuevas y las lagunas verdeazuladas. Y allí, entre la humareda y las cenizas de la contienda, se encuentra la alargada silueta de tiburón de un queche, una nave de la Casa del Invierno: el buque insignia del kell posado en la superficie.

Podría bajar y acabar con esto de una vez por todas. Pero hizo una promesa.

Un capitán la asalta por sorpresa. Ella lanza dos cuchillos contra su armadura y le clava su propio Espectro en el pecho, asido en su puño a modo de piedra.

—Contacta con la Vanguardia —murmura hacia su puño manchado de éter—. Diles que Draksis está aquí.

Su Espectro le devuelve la mirada, en silencio. Al ver que ella no muestra intención de bajar hacia la nave, el Espectro parpadea una vez y emite un suave sonido, una especie de suspiro de alivio.